No acaba de ganar Ollanta Humala las elecciones, y ya los poderes fácticos empiezan a hacer exigencias, a pedir garantías para que nada cambie, quieren ya el nombre del Ministro de Economía y el del Presidente del Banco Central de Reserva, le quieren recordar a todos que Gana Perú está ganando por un estrecho margen y continúan con la campaña de terror financiero a través de los “miedos de incomunicación”. No contentos con el “amansamiento”, ahora pretenden lograr la sujeción absoluta del nuevo gobierno al sacrosanto modelo y la intocabilidad de los privilegios de quienes de manera corrupta y criminal se han beneficiado de él.
¿Qué nos espera ahora? ¿Qué hacer desde una perspectiva de izquierda? No se trata por supuesto de plantear estas preguntas sobre certezas o predicciones absolutas que en la política y en la historia no existen, sino hacerlo desde nuestros anhelos, tratando de pisar fuertemente en la realidad y conscientes que el curso que tomen las cosas dependerá de lo que hagamos o dejemos de hacer en medio de las potencialidades, desafíos y limitaciones de cada situación concreta.
En este sentido, es importante partir por ser conscientes que lo que se ha logrado es una mayoría electoral que no es resultado del ascenso del movimiento y la organización popular; que esta mayoría contiene varias y muchas veces no siempre concordantes demandas y horizontes; que los poderes fácticos están ahí instalados y ejerciendo todo su poder en medio de los constreñimientos que nos plantea el mercado y el monopolio que tienen ahora para generar opinión pública; y que, finalmente, no se tiene una correlación de fuerzas favorable en el congreso para avanzar en un proceso de cambios sustantivos.
Después que ahora se dice “se mantendrá el modelo de crecimiento”, pero con “inclusión social”, veremos si esta fórmula alcanza para atender las demandas de los sectores que luchan contra un modelo económico extractivista; si alcanzará para atender la deuda social que tiene el estado con una población llena de expectativas; y si a la derecha le bastará la fórmula cuando sus intereses sean apenas tocados.
Sin embargo, es necesario decir que se ha producido una inflexión importante que no podemos dejar se revierta. Literalmente “la esperanza venció al miedo”. El consenso autoritario y envilecedor construido sobre la base del miedo, en un “estado de excepción” legitimado después de la brutal guerra interna y la crisis económica que padecimos en los ochentas y que tuvo su expresión más acabada en el fujimorismo, ha empezado a llegar a su fin. Sobre la base de este consenso se desnacionalizó y desdemocratizó el país y se instauró el neoliberalismo, no sólo como modelo económico, sino societal. Lo que Gana Perú y Ollanta Humala expresan para sus electores, son por un lado el cuestionamiento del neoliberalismo como modelo económico excluyente y expoliador, pero por otro su cuestionamiento como forma de convivencia social.
Lo visto en la movilización de miles de militantes “anti-keiko” el 26 de mayo –muchos jóvenes entre ellos- es la expresión de la búsqueda de formas más solidarias, dignificadoras de la vida, más democráticas en la convivencia y en las dinámicas del poder, cuestionadoras a su vez del racismo y del desprecio del otro, que vienen de la mano de nuestra tradición colonial, pero también de la exacerbación que genera el propio neoliberalismo a través del “fascismo social”. La democracia, los derechos humanos, la dignidad, el reconocimiento de la dignidad, la justicia dejan de ser así “abstracciones” para irse convirtiendo en valores que orientan la vida, en demandas concretas de todo tipo de derechos, y en esfuerzos concretos por construir otro tipo de relaciones sociales en todos los ámbitos de la sociedad.
Como dicen algunos politólogos cínicos, los políticos en el poder se deben volver pragmáticos, y desenvolverse de acuerdo a las condiciones que se les presentan. Y de hecho las dinámicas hoy planteadas por el proceso de globalización neoliberal, sumida en una tremenda crisis de funcionamiento y legitimidad, y que tiene sus brazos en los poderes fácticos (medios, organismos multilaterales, transnacionales, etc); y, la correlación de fuerzas en el país en la que está esa otra mitad de peruanos que fueron “beneficiados” por las políticas focalizadas del fujimorismo y que conocieron al Estado gracias a sus dádivas, aquellos que por susto o por interés prefieren que nada se toque y todo se quede como está ante el espejismo de un crecimiento que esperan de acá a una décadas finalmente chorreará, sin importar para ello sacrificar la democracia, la ética o la moral, plantean limitaciones que se debe saber enfrentar.
Esto puede desembocar en que el nuevo gobierno se dedique a gestionar lo que hay, es decir constituirse en un garante de la gobernabilidad neoliberal, con “más inclusión”; o que se atreva a hacer aunque sea algunas moderadas reformas que abran el camino para construir una correlación social y política más favorable para construir una alternativa al neoliberalismo y una democracia de mayor intensidad.
Sin duda, las cosas para quienes creemos más en lo segundo no son fáciles. La dinámica gubernamental puede cooptar las energías sociales movilizadas y cerrarle un espacio a un proyecto más a la izquierda en nombre de la “unidad” y la “concertación”. Pero también, puede ser que estemos en condiciones en las que sea posible seguir demoliendo el sentido común neoliberal, en que se pueda desplegar la organización social y popular, y se reconquisten algunos derechos tanto en el plano del reconocimiento como de la redistribución y se avance hacia la construcción de un poder social alternativo.
Estamos ante el inicio de un proceso en el que la izquierda (por venir), si quiere contribuir a la transformación del país, deberá en cualquier escenario desenvolverse en una táctica de alianza y lucha, contribuyendo desde diversos campos a inclinar el proceso abierto con este triunfo electoral hacia la izquierda, convencida además que si bien es cierto el nacionalismo es en el caso latinoamericano un discurso y una propuesta cercana, no la diluye como proyecto y programa.
Pero además tendrá las siguientes tareas ineludibles: a) Sumergirse en la (re) construcción del campo popular, de los movimientos sociales, desde sus organizaciones de base desde una perspectiva transformadora y radical, lo que implica la edificación de una nueva cultura política radicalmente democrática y contra hegemónica. b) Impulsar experiencias participativas de gestión popular en los diversos gobiernos locales y regionales donde se tenga presencia. c) Acompañar y contribuir a la articulación y generación de dinámicas de interaprendizaje de las luchas sociales y a la conformación de una plataforma amplia de lucha de los de abajo. d) Seguir contribuyendo a la formulación colectiva de un nuevo proyecto político para el país, y una reforma moral e intelectual. d) Generar sus propios medios de comunicación y contribuir a la democratización de los mismos. e) Construir un instrumento político social y cultural que, desde la democracia radical y la reivindicación de la soberanía popular, el poder popular, la justicia social y ecológica, el reconocimiento de la diversidad, la integración solidaria de los pueblos y el multilateralismo, constituyéndose en un factor de articulación, de actuación con una perspectiva estratégica de un proyecto antineoliberal y anticapitalista, pos extractivista y plurinacional para nuestro país.
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