martes, 9 de julio de 2013

Crímenes de odio y la perversidad del Congreso de la República


 
El pasado viernes en la UNMSM se realizó la intervención “Alfombra Roja” para denunciar el retroceso sistemático en derechos sexuales, reproductivos y de la población LGBTI que se viene dando desde el Congreso de la Republica. La alfombra recorrió diferentes facultades en las que se consiguió informar y también provocar una reflexión sobre el tema en cuestión en docentes, estudiantes y trabajadores, reflexión y apertura propia de un centro de estudios desde donde se supone se elaboran las propuestas de transformación social. Durante la intervención un efectivo de seguridad de la facultad de Derecho y Ciencias Políticas negó el ingreso de los y las manifestantes “porque si eres lesbiana o gay no puedes entrar acá”, a sus palabras le sucedió el hostigamiento “vas a ser infeliz, tu cuerpo es para tener hijos” no sin encontrar reacción. Más allá de lo violento de la situación específica lo manifestado por el vigilante es en realidad una muestra y hasta un deseo de gran parte de la población que considera a las orientaciones no heterosexuales como aberrantes. La sociedad actuó a través de él. Evidencias de ello hay muchas, van desde las conversaciones jocosas entre patas, anhelos matrimoniales de padres para con sus hijos, la obligatoriedad maternal de la mujer, el humor cotidiano y el transmitido masivamente a través de grandes medios de comunicación que como paquete simbólico constituyen en herramienta de normalización y exclusión.

Situaciones similares suceden todos los días, en la universidad, el trabajo, los servicios de salud y hasta dentro del mismo hogar del agredido. La discriminación a personas LGTBI es una de las más violentas y naturalizadas, el pensamiento general de la sociedad continua avalando estos atentados y ante hechos expresos de marginación y daño los niega, minimiza o invisibiliza. No existe sanción alguna, pese a que el perjuicio que ocasionan la discriminación y violencia hacia LGTBI llega a desembocar hasta en la muerte. En el Perú se calcula que al año suceden 50 crímenes de odio por orientación sexual y pese a tal fatídica cifra el Congreso de la República decidió omitir ambas categorías dentro del proyecto de ley que busca sancionar como agravantes los crímenes cometidos por discriminación.

Esta desafortunada sentencia fue promovida por los sectores más conservadores representados en Julio Rosas y Humberto Lay, y avalada por la mayoría de parlamentarios, incluso de los partidos que se presentaban como los más progresistas. Uno de los argumentos de los evangelistas es que si ya se sanciona todo tipo de discriminación, al enfatizar una, ya se está discriminando al otro.

Si bien hay discriminación por distintos motivos, como la racial, o por condición de clase u origen geográfico, estos actos, hoy, encuentran además de una sanción legal una reacción más contundente de parte de la opinión pública, entiéndase como sanción social,  y tienen cabida en los medios de comunicación. Ya que se han implantado en la subjetividad como algo inmoral. Esta situación se ha conseguido no solamente por  educación como propone Lay sino por una constante lucha de sectores largamente discriminados que han logrado incorporar sus demandas específicas en la legislación. Sin embargo la discriminación por orientación sexual todavía se toma como algo anecdótico. Anecdóticos y justificados también son los crímenes de odio.

Y no es verdad que “no es una creencia lo que se impone sino el principio de equidad” como dice Rosas. Es una creencia, sí,  y es perverso asumir que se sale a la calle en igualdad de condiciones. La consumación del asesinato misógino o por orientación sexual viene precedido de un estado permanente de miedo, de sensación de riesgo de ser violada, golpeado, acosado a cada paso que se da y más cuando la institucionalidad estatal se disipa en los sectores populares con acceso limitado a información sobre derechos,  a la justicia, a educación, a medios de comunicación, y donde esta ausencia estatal es reemplazada por las instituciones evangélicas. ¿No será este el verdadero interés de los sectores políticos más conservadores?

Es urgente, ahora más que nunca, dar una batalla frontal ante el avance conservador que busca, no el bienestar general de población, sino  el control de nuestros cuerpos y mentes.

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