viernes, 15 de abril de 2011

Entre dos populismos/ Carlos Reyna

En esta segunda vuelta el dilema no es escoger entre el sida y el cáncer. La metáfora de Vargas Llosa es profundamente elitista. Al graficar así a los dos finalistas, lo que presenta es a un electorado peruano masivamente dominado por la irracionalidad. Y no es así.


Lo que tenemos ahora, más bien, es una pugna entre dos populismos. Humala encarna una versión moderada de los populismos desarrollistas y nacionalistas que hace 80 años aparecieron en AL en versiones bastante más radicales. En los últimos años rebrotaron con tonos más suavizados, siempre invocando aspiraciones sociales, pero menos devotos del  estatismo y más amigables con el capital. Lula es su paradigma, más que Hugo Chávez.

El de Keiko Fujimori es una variante de derecha del populismo. Es uno que abdica de conjugar desarrollo y soberanía. Combina neoliberalismo para la élite y clientelismo para los pobres. A esta versión, en los 90,  algunos le llamaron neopopulismo. El paradigma de esta corriente es el ahora preso Alberto Fujimori.
Estas versiones polares del populismo tienen un mismo origen: la incapacidad de los liberales para erigir democracias representativas sólidas. Su propensión atávica a ceder demasiado para las élites económicas, hace que sus gobiernos sean cómplices de una desigualdad endémica. Con ello desacreditan a las democracias y abren las puertas a líderes que captan adhesiones a partir de sus desafíos a las convenciones políticas y de su relación directa pero vertical con los pobres.

De modo que, dado el crónico elitismo de los liberales, es perfectamente racional y entendible el voto popular por ambos populismos. Sin embargo, los que ahora tenemos enfrente no significan lo mismo. De hecho, el fujimorismo es una opción cuyo mismo nombre significa la reivindicación del hombre que envileció a las instituciones públicas, incluidas las militares, más que nunca en nuestra historia.

Es más, un triunfo de Keiko, considerando hechos recientes, convertiría en personajes influyentes tanto al recluso ex gobernante que más avergonzó al país como a sus cómplices. Esta circunstancia favorece al voto por su rival, Ollanta, un voto que le urge y demanda que cumpla las promesas democráticas y sociales que le hicieron llegar allí donde está.

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