Hace unos días el recordado y entusiasta promotor del TLC con EEUU,
Alfredo Ferrero, actual presidente de la Sociedad Nacional de Radio y
Televisión, manifestó, prácticamente, que los medios de comunicación no estaban
dispuestos a cumplir la Ley de cuotas para la difusión de música peruana,
descalificando además a los músicos y productores peruanos en cuanto a su
calidad. Las manifestaciones de indignación no se hicieron esperar y, aunque
hubo un pedido de disculpas por parte de Ferrero, ya la posición de ese gremio,
que agrupa a los principales medios de comunicación privados del Perú, se había
hecho manifiesta: simplemente no iban a cumplir la Ley. Una raya más al tigre
en la historia de la infamia nacional.
Ante tal posición de resistencia a la Ley, ninguna autoridad se ha
pronunciado, no ha habido llamado de atención alguno, ni sorpresa, simplemente
silencio y olvido; porque la vida política de este país es algo así como un
muro de Facebook, en donde aparecen, eventualmente, cosas importantes que
rápidamente son tapadas por otras “noticias” la mayoría de ellas banales. Lo
que no es banal es que la mayoría de estos poderosos medios de comunicación
pertenecen a unos pocos oligopolios, evidenciando una colisión entre el derecho
a la información de la ciudadanía y la libertad de empresa, que se ha
“resuelto” a favor de la libertad de empresa únicamente. ¿Cómo se puede hablar
entonces de libertad de expresión en éstas condiciones? La legislación peruana
prohíbe los oligopolios y monopolios, pero aquí, hablando en peruano, “no pasa
nada”.
A fines de los noventa se hicieron públicos muchos videos, audios e
imágenes en los cuales se apreciaba a periodistas, animadores y “broadcasters”
negociando con Vladimiro Montesinos. Quedaba en evidencia que los medios eran
parte sustancial de la mafia que gobernaba el país. En mayor o menor grado,
directa o indirectamente, todos terminaban “embarrados” por la dictadura.
Curiosamente, hoy vemos a muchos de esos rostros que antes producían los
vomitivos titulares de la maquinaria montesinista, reciclados y restituidos en
sus antiguas posiciones de poder; la vergüenza y el “roche” ciudadanos no
duraron mucho tiempo. Verlos de nuevo en las pantallas, oírlos otra vez en la
radio, o saberlos repuestos como amos de
los medios de comunicación más influyentes, son señales de que los
intereses que estaban detrás de la dictadura fujimontesinista nunca
desaparecieron, y al retornar llegaron con sus operadores mediáticos. Los
grupos de poder que promovieron y usufructuaron la dictadura son los mismos que
hoy defienden ésta democracia, vivimos una restauración mediática del montesinismo,
y el decálogo neoliberal que defendieron en los noventa se ha profundizado en
el siglo XXI.
¿Y por qué es importante señalar esto? Porque existe un proceso de
des-democratización del Perú y el rol de los medios en este complejo proceso es
crucial para encubrirlo y promoverlo. Han excluido a cualquier periodista
incómodo del espectro televisivo y radial; pueden ser críticos con algunos
aspectos del modelo o con algunos operadores políticos del modelo, pero jamás
criticarán al neoliberalismo en sí mismo, ni a sus más conspicuos teóricos y
gurúes, ni a la Constitución parida con la dictadura fujimontesinista.
Se invita a los programas políticos y de análisis a “analistas”
neoliberales absolutamente ideologizados y rabiosamente dogmáticos a “despacharse”,
pero a aquella o aquel que se atreva a denunciar las consecuencias del
neoliberalismo u ose proponer un camino diferente, le cae un descomunal
“buylling mediático”, que va desde descalificar a la persona hasta
criminalizarlo con un juicio sumario mediático.
Y ya que tocamos el tema, hay que decir que la política sistemática de
criminalización de la protesta social es un síntoma más del proceso de
des-democratización, y la criminalización no se apoya sólo en los nefastos
dispositivos jurídico-legales que se saltaron con garrocha el estado de
derecho, sino que los medios completan la estrategia criminalizadora
destruyendo la imagen y satanizando a los críticos y opositores al sistema a
través de una fina estrategia de gestión de los miedos ciudadanos.
Por otro lado, la profundización del neoliberalismo en el Perú se ha
expresado en la implementación de megaproyectos extractivistas con capitales
transnacionales, conllevando inexorablemente a des-democratizar el país, por
ello, la Ley de Consulta Previa, por ejemplo, ha sido burlada por este gobierno
a partir de las presiones de los grupos de poder minero, petrolero y
extractivista en general. Cuando el gobierno nacionalista firmó la Ley de
Consulta Previa abrió la posibilidad de una verdadera inclusión social no basada
en el asistencialismo de programas sociales, que más se parecen a la caridad,
sino, en el reconocimiento elemental de derechos. Aquí encontramos otra
contradicción entre derechos de las comunidades indígenas a la consulta sobre
el destino de sus territorios y la libertad de empresa. Esto también se ha
“resuelto” a favor de la libertad de empresa y la inversión privada. Pero salvo
los entendidos, nadie se informará de esta situación por los medios, hasta que
estallen los llamados “conflictos sociales” (triste eufemismo para denominar a
las luchas sociales) y sean criminalizados también por la televisión, la radio
y los titulares de los periódicos.
El Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP por sus siglas en inglés)
que desprotegería al Perú aún más que el TLC, que afectaría directamente el
acceso a internet, y por consiguiente a la libertad de expresión, que
impactaría con una injusta política de patentes que incrementaría los precios
de las medicinas, ha sido absolutamente invisibilizado por los medios. Incluso
en el Congreso se ha escamoteado el tema. Los medios no han relevado para nada
este asunto.
Similares son los casos de la soberanía energética y alimentaria, la
situación de los puertos del país, las concesiones territoriales inconsultas,
los beneficios que Telefónica se lleva del Perú siendo uno de los deudores más
importantes del Estado Peruano, los derechos civiles de las parejas LGTB, los
derechos sexuales y reproductivos, en fin, una serie de problemas y derechos
irresueltos que a los medios no les parecen importantes.
Algo lejanas ya, pero dignas de relevar, han sido las campañas
negativas destinadas a destruir las candidaturas que no encajan con el enfoque
neoliberal, tanto en las presidenciales como en la alcaldía de Lima. Con
impunidad y desparpajo los medios se parcializaron totalmente, arrinconando a
los candidatos que no eran de su gusto. Esto obligó a renunciar a algunos
asqueados periodistas, pero aquí nunca se habló de amenazas a la libertad de
expresión.
Pero no, los medios no han promovido jamás un debate público y, menos
aún, políticamente equilibrado sobre estos temas. Más bien tenemos una retahíla
de malas noticias, violencia, desgracias, faranduleros “ampays” y demás
miserias humanas que se ven todo el tiempo entremezcladas con noticias de
relevante interés público. ¿Cuál es el resultado? La banalización de los
diversos tipos de violencia y la invisibilización de agendas de interés
ciudadano. ¿Esto des-democratiza una sociedad? Ustedes, ¿qué creen?
La corrupción des-democratiza, y des-democratiza más cuando está
acompañada de impunidad. El mensaje es claro: En el Perú Alan García volvió a
ser presidente después de los escándalos por corrupción que tuvo en su primer
gobierno. Los medios de comunicación levantaron su candidatura contra la de
Ollanta Humala para mantener el modelo y por miedo a perder sus beneficios
oligopólicos, no les importó el mensaje que con eso daban a la ciudadanía.
Ahora que el fujimorismo ha retornado con bríos y como una de las principales
fuerzas políticas tiene total atención y benevolencia de los medios, ha sido
lavado con la lejía del olvido. Lo mismo: ¿Qué mensaje se lleva la ciudadanía?
Que aquí uno puede hacer lo que le dé la gana y no pasa nada. Quisieron meter
en el mismo saco de corrupción a Javier Diez Canseco, intentaron destruirlo,
salvo muy contadas excepciones, pero tuvieron que restituir su imagen y dar
marcha atrás. No pudieron convertirlo en uno de ellos, porque su objetivo final
es que todos creamos que somos un país de corruptos, que todos tenemos rabo de
paja, que todos estamos salpicados por la miasma de la corrupción. Javier Diez
Canseco demostró vivo y muerto que eso es falso, que no todos somos así y que
desde ejemplos como el suyo la moral del
país y su autoestima debe ser reconstruida.
La democracia por la que luchamos en los noventa no sólo era para
garantizar la libertad de empresa, ya que ésta libertad puede existir, y ha
existido, incluso en las dictaduras. La democracia por la que luchamos era
también para que se respeten a plenitud los derechos de todas y todos, era para
compartir una mirada unitaria de país inclusivo y diverso, reconociendo que el
modelo impuesto a rajatabla por el fujimorismo impedía –e impide- construir un
horizonte nacional y/o plurinacional. Los medios han contribuido decididamente
a la formación de una oclocracia, “cultivada” sistemática y cotidianamente,
funcional al fascismo social que se encarna en el fujimorismo y en la lumpen
política.
Así mismo, el neoliberalismo nos ha condenado a un perpetuo presente
de consumo y sobrevivencia vaciado de futuro, mientras el sonsonete del
crecimiento es recitado por los medios como un mantra, el país se empieza a
calentar como una olla a presión mientras es carcomido por la corrupción que
también es una consecuencia neoliberal. En el Perú existe una homologación
entre neoliberalismo y Democracia, entre libertad de expresión y oligopolios
mediáticos, y se pretende convertir a esos medios de comunicación en una suerte
de “unidad de medida” de la “democracia”. Para mí esto es escandaloso, pues
muchos de los apellidos de broadcasters, de productores, directores y
presentadores aparecieron o fueron mencionados en los “vladivideos”, y son
estas mismas gentes las que reclaman ahora lucha contra la corrupción apareciendo
como los jueces y guardianes de la moral.
Medir la calidad de la Democracia de un país a partir de cuántos
medios de comunicación privados hay es una falacia que hay que señalar y
combatir. La preocupación que existe ahora por el consumo de comida chatarra y
obesidad debiera ser la misma por el consumo de basura mediática y, sin
embargo, nadie puede tocar a estos oligopolios que supuestamente se
autorregulan. En contextos de baja calidad democrática se ve por lo general
colisiones entre algunos derechos y libertades, esto es porque no existe un
mismo horizonte común que pueda equilibrar los derechos y obligaciones de
todos. Lo que hay aquí es que los más fuertes (monopolios y oligopolios con
nombres propios) se benefician con el neoliberalismo y las desprotecciones que
provoca, se benefician de la baja calidad de nuestra democracia y de la
ausencia de control social. La des-democratización es “invisible”, no sale en
los titulares y está asociada, por lo general, a políticas de debilitamiento
institucional, de desmoronamiento moral y de pingües negocios a la sombra,
porque en realidad la plata no llega sola, simplemente las cámaras enfocan
hacia otro lado.
Jorge Millones